Amistad

El Leon y Los Tres Toros

Una vez tres toros hicieron un pacto de amigos y juraron nunca romperlo, pasara lo que pasara. El pacto consistía en repartirse por partes iguales un pastizal que habían descubierto en los alrededores de un bosque. De tal manera que todos pudieran pasear y pastar a su antojo y ninguno invadiera la parte de terreno que les correspondía a los otros dos toros.

Todo iba muy bien hasta que un día el león hambriento descubrió el pastizal con los tres gordos y cebados animales.

La boca se le hizo agua de solo verlos y se propuso darse tres suculentos banquetes. El problema era que nada podría hacer  mientras que los tres toros eran animales fuertes y poderosos  se mantuvieran unidos. De modo que ideo un astuto plan para enemistarlos entres sí.

Adoptando un aire hipócrita y zalamero, atrajo la atención de cada uno de ellos por separado y lo convenció de que los otros dos se habían aliado para quitarle su parte de terreno y apoderarse de sus pastos  antes que llegara el invierno.

Los toros ingenuamente le creyeron y se llenaron de desconfiar recelo entre sí, hasta llegar al punto de no moverse cada uno de su pastizal por temor a que los otrs dos se lo quitaran.

En cuanto los vio separados, el león los ataco uno por uno y se dio los tres suculentos banquetes con que había soñado.

 

“La discordia que divide a los amigos es la mejor arma paras los enemigos”

 

 

 

Prudencia

La Caida del Icaro

Dédalo fue el más ingenioso y solicitado de los constructores de artefactos  de4 la antigua Grecia. A su famoso taller de Atenas acudías los más variados personajes en busca de soluciones para los problemas relacionados con su oficio.

Dédalo les diseña aparatos especiales para que su trabajo fuera más rápido y menos duro. Durante años no hubo quien lo igualara y su prestigio se extendió por todas las islas griegas.

Un día su hermana Policasta le pidió que admitiera a su hijo Talos como aprendiz en el taller. Dédalo accedió Y tomo A Talos bajo su mando.  El sobrino de Dédalo pronto se rebeló como  un inventor genial. Su inteligencia era muy superior a la de Ícaro, el hijo de Dédalo, lo cual avergonzó mucho al viejo inventor e hizo que sintiera por Talos una gran aversión. Las cosas empeoraron cuando Talos empezó a superar al maestro y los atenienses  se dieron cuenta de la genialidad de este muchacho de doce años  que ya había inventado la cierra  para los carpinteros, el torno para los alfareros y el compas para los matemáticos, ingenieros y arquitectos. Enloquecido por la envidia, Dédalo mato a Talos.

Esto fue una gran tragedia para la ciudad de Atenas, pues al enterarse de lo sucedido, Policasta también se quito la vida. Dédalo e Ícaro fueron expulsados de la ciudad y tuvieron que buscar refugio en la isla de Creta, donde el rey Minos los acogió y puso a Dédalo a trabajar para él.

Su primer gran cargo fue un laberinto para encerrar al Minotauro, un monstruo con cuerpo de hombre  y cabeza de toro al que Minos le ofrendaba sacrificios. Dédalo construyó un complicadísimo laberinto del que no pudieron escapar ninguna de las victimas que Minos ofrendaba al Minotauro, hasta que Teseo lo recorrió para salvar a su amada Ariadna y mato al monstruo. Enfurecido por el fracaso de Dédalo, Minos lo mando a encarcelar junto con su hijo.

En su obsesión por escapar, Dédalo construyo dos pares de alas para él y para Ícaro, de manera que pudieran abandonar la isla por aire. Las alas estaban  hechas de plumas sobre una armazón de cera.

El día planeado paras la huida Dédalo le pidió a Ícaro que fuera muy prudente, que no volara ni demasiado cerca del sol ni demasiado cerca del mar.

Las alas funcionaron muy bien y padres e hijo lograron escapar  de Creta. Pero cuando se encontraban en alta mar, Ícaro, olvidando  las recomendaciones de su padre, quiso saber hasta dónde podría elevarse con sus alas  y tomo tanta altura que el sol derritió la cera  que sostenía las plumas y el imprudente muchacho se precipito en el mar. Desconsolado, Dédalo comprendió que este era el precio que debía pagar por su soberbia y por sus crímenes. 

Agradecimiento

El león y el ratón

Luego de una dura jornada de caza, un león se echó a descansar debajo de un árbol. Cuando se estaba quedando dormido, unos ratones se pusieron a jugar a su alrededor. De pronto, al más travieso le dio por esconderse entre la melena del león, con tal mala suerte que lo despertó.
Muy malhumorado, el león agarro al ratón entre sus garras
 
-¿Cómo te atreves a perturbar mi sueño, bicho miserable?
!Voy a darte tu merecido!- rugió, abriendo de par en par sus enormes mandíbulas, dispuesto a engullirse al ratoncito de un mordisco.
 
-Por favor no me mates, león. Yo no quería molestarte. Si me dejas ir, te estaré eternamente agradecido- alcanzo a decir el pequeño roedor, tan tembloroso de miedo que al león le pareció cómico, y hasta simpático.
 
- Ja ja ja! –Se carcajeo de buena gana el león-. ¡Una pequeña cosa como tu ayudándome! No me hagas reír!
 
Pero la pequeñez del ratón y sumiendo a ser comido lo conmovieron y termino dejándolo ir. Semanas más tarde, el león cayó en la red de unos cazadores ilegales. Su rugido de angustia resonó por la selva entera y llego a oídos del pequeño ratón, el cual sin pensarlo dos veces corrió en su ayuda. Al verlo, el león le dijo:
 
-Hola amiguito, ¡qué alegría verte! Mira la situación en que me encuentro. Pronto vendrán los cazadores y me mataran.-no te preocupes, león. Tú me dejaste vivir y eso es algo que no se olvida.
 
Apenas dijo esto, corto con sus pequeños y afilados dientes el nudo de la red que apresaba al león y lo dejo libre
 
El agradecimiento es una cosa buena que todos debemos poner en práctica, no importa que tan grandes  o pequeños seamos.
 

Solidaridad

Wang y el mago

 
Wang era un pequeño niño campesino de China que encontraba gran placer ayudándoles a sus padres en las plantaciones de arroz.
 
Un día, de pronto, dejó de llover. Los ríos y los pantanos empezaron a secarse, y Wang supo que si a los arrozales de sus padres les pasaba lo mismo, el hambre no tardaría en llamar a la puerta.
 
-Padre- dijo un día-, déjame ir a la ciudad ara ganar algún dinero.
 
Ardía en deseos de ayudar a su familia, y aunque a su padre no le gustaba la idea, finalmente lo dejo marchar porque al menos en la ciudad podría ganarse la vida.
 
Otras después de hacer emprendido el camino, se encontró con un anciano que llevaba un bulto al hombro.
-Déjeme ayudarte- le dijo Wang tomando el bulto. El viejo estuvo muy agradecido y siguieron juntos la ruta. Al poco tiempo el cielo se llenó  de relámpagos y el sonido de los truenos ensordeció a Wang, quien miro asustado al anciano.
 
- No te preocupes- contesto el viejo-, Son mis dragones, Has sido bueno y solidario conmigo y quiero que los conozcas. Soy un poderoso mago. Ya verás cómo manejo los truenos y las lluvias.
 
Y diciendo esto, lo llevo hasta un par de barriles enormes e los que dos dragones echaban fuego por las narices y armaban un gran alboroto.
 
-Estos son. Y ahora dime dónde quieres que llueva.
 
- En la región de mis padres.
 
El mago le pidió que subiera a uno de los barriles y Wang noto enseguida que estaba lleno de agua. El barril se elevó como un globo mientras el dragón bufada y llenaba el cielo de destellos con su lengua de fuego. En cuanto reconoció las plantaciones de arroz de la región de sus padres. Wang empezó a lanzar agua a manos llenas. Estaba tan entusiasmada que no se dio cuenta de que el mago y el dragón habían desaparecido, y se encontró frente a sus padres, completamente mojados y felices de que hubiera llovido.
 
 
Una vez en casa, Wang, les contó sus aventuras y ellos lo escucharon maravillados y orgullosos.
 
 

Bondad

La limosna del niño

En las altas montañas del Tibet, un grupo de niños se dedicaba a jugar en un puente cercano al pueblo en que vivían. Todos habían llevado consigo sus loncheras, menos el mas pequeño, que había salido corriendo feliz detrás de los otros sin dejar que su madre pudiera alcanzarlo para darle la suya.
 
Mientras lo otros niños hacían cometas, barriletes y figuras de animales en papel utilizado las técnicas del origami, el pequeño amasaba unos simpáticos pastelitos de barro.
 
A  media mañana sintieron hambre y cada uno se acordó de su lonchera. Cuando se disponían a comer, oyeron un ruido de algo que golpeaba contra las piedras del puente. Asustados, voltearon a ver de qué se trataba y observaron la figura de un ser enorme y muy grueso que se acercaba tanteando el piso con un palo. Los más nerviosos, pensando que se trataba de un malvado ogro de las montañas, corrieron y se encendieron debajo del puente. Los demás se quedaron esperando a ver qué pasaba, paralizados por una extraña emoción, mezcla de miedo y curiosidad. Entre ellos estaba el niño de los pastelitos de barro.
 
Luego de unos eternos segundos de tensión, el misterio se aclaró. El temible ogro resulto ser un pobre hombre ciego y hambriento que lleva un día una noche pedid en los solitarios y escarpados cerros  que rodeaban el pueblo, según les contó a los primeros niños que se atrevieron a acercársele.
 
Los niños, que también eran muy pobres, sintieron compasión por el hombre y separaron un parte de sus loncheras para dársela. Solo el pequeño que no tenía nada que darle. “ !Yo también le daré de comer!”, grito, lleno de alegría. “! Pero tú no tienes nada!”, le contestaron los otros niños, mientras le entregaban un bocado de sus respectivas meriendas al ciego.
 
Sin hacer caso, el niño espero su turno y, con una radiante sonrisa, puso en las manos del mendigo uno de sus pastelitos de barro. Cuando el ciego abrió la mano, el pastelito se había transformado en una reluciente moneda de oro.
 
 

Dignidad

 

DENTRO DE TI ESTÁ EL SECRETO:

Busca dentro de ti la solución a todos los problemas, hasta aquellos que creas más exteriores y materiales. Dentro de ti está siempre el secreto; dentro de ti están todos los secretos.

 

      Aun para abrirte camino en la selva virgen, aun para levantar un muero, aun para tender un puente, has de buscar antes, en ti, el secreto.

 

    Dentro de ti están tendidos ya todos los puentes. Están cortadas dentro de ti las malezas y lianas que cierran los caminos.  Todas las arquitecturas están ya levantadas dentro de ti. Pregunta al arquitecto escondido: él te dará sus fórmulas. Antes de ir a buscar el hacha  de más filo, la piqueta más dura, la pala más resistente, entre en un interior y pregunta…. Y& sabrás lo esencial de todos los problemas, y se te enseñará la mejor de todas las fórmulas y se te dará la más sólida de todas las herramientas.

 

Y aceptarás constantemente, pues dentro de ti llevas la luz misteriosa de todos los secretos.
 

Justicia

El cuervo vanidoso

Un día Júpiter decidió elegir un rey entre las aves, y ordenó que comparecieran todas ante él, para decidir cuál era la más bella. Un cuervo poco agraciado y ciegamente vanidoso se propuso alzarse con el título a como diera lugar. Lo primero que pensó fue en sacar de la competencia a los candidatos más opcionados, como el papagayo, el pavo real, el guacamayo y el ave del paraíso.
 
“Si les robo los huevos de sus  nidos el día de elección, los mantendré ocupados buscándolos y no podrán asistir, ¡eso es!”, pensó, riéndose con su chillido característico.
 
Paso varios días acechando los nidos de sus rivales, mientras diseñaba su plan. Cuando averiguo todo lo que necesitaba (las horas en las que salían a buscar de comer, en las que dormían o jugaban en las ramas de los arboles), puso patas y pico a la obra. Lo que no calculo fue que los huevos de estos pájaros eran muy grandes y ni siquiera podía levantarlos.
“¿Qué voy a hacer ahora?”, grazno, contrariado, mientras picoteaba con rabia un puñado de plumas de papagayo, en cuyo nido se encontraba.
“! Ya sé!-exclamo con un chillido de júbilo-, ¡Voy a robarme las mejores plumas de todos los nidos y me las voy a poner entre las mías! ¡Así no puedo perder!”.
 
El día del concurso, Júpiter hizo desfilar a los pájaros, y al ver el espectacular atavió del cuervo lo declaró rey.
 
Terriblemente enfadados al descubrir que el plumaje del ganador era robado, los demás pájaros se lanzaron a  él y le quitaron una  a una las plumas con las que había pretendido engañar a todos.
 
Júpiter, decepcionado, lo despojo de inmediato del título, no sin recalcarle que la justicia se había impuesto y el mismo se había buscado lo que le acababa de pasar.
 

Generosidad

BAUCIS Y FILEMÓN:


Los dioses de la antigua mitología griega visitaban con frecuencia a los hombres en la Tierra. Para ello tomaban forma humana o animal y se mezclaban entre las gentes del campo o la ciudad, logrando pasar inadvertidos. Fue asó como en una ocasión Zeus, el rey de los dioses, y Hermes, el dios mensajero, se convirtieron en dos humildes caminantes en viaje hacia Atenas. Al llegar a una aldea de Firigia, fatigados y sedientos, llamaron a las puertas de varias casas en busca de posada, pero nadie les abrió. Fueron tratados con dureza y desprecio y posada corridos en medio de insultos. Muy tristes y decepcionados, atravesaron la ciudad, sin que ninguno de los transeúntes mostrara el más mínimo interés por ellos. Al llegar a las fuerzas, golpearon a la puerta de una humilde vivienda que se alzaba en lo alto de una loma.


Un anciano les abrió, los saludó amablemente y los hizo pasar. El nombre de este hombre era Filemón. Baucis, su esposa, salió también a recibirlos y los invitó a cenar. Los dos ancianos vivían muy pobremente, a duras penas contaban con una cama, una mesa con bancas de madera y algunos cacharros para cocinar al fuego de la chimenea. Sin embargo, todo ello lo pusieron a disposición de sus huéspedes, con alegría y generosidad. Mientras Baucis preparaba un potaje de verduras, Filemón lleno una jarra de vino fermentado por él mismo y les ofreció. Zeus y Hermes, muy complacidos, bebieron a la salud de los dos ancianos. Luego de un rato de estar compartiendo con sus huéspedes, Filemón se quedo admirado de que el vino no se acababa, de que por más que todos se servían la jarra siempre estaba llena. Entonces se dio cuenta de que se  hallaba ante dos dioses del Olimpo. A partir de ese momento redobló sus atenciones, pidió perdón por las pocas cosas que tenía y trató de atrapar el único ganso que había en la casa, para cocinarlo en su honor.

 

     Pero Zeus y Hermes le dijeron que no era necesario. Les dieron las gracias a los dos por las atenciones, y les dijeron que pidieran lo que quisieran. Baucis y Filemón se miraron y permanecieron mudos por un momento, con los ojos llenos de lágrimas. Luego Filemón habló y les pidió que si alguno de los dos moría, no permitieran que el otro siguiera viviendo, pues querían morir juntos. Zeus y Hermes les prometieron que así sería y les anunciaron su decisión de inundar la aldea, en castigo por la falta de generosidad de sus habitantes.

 

     La aldea fue inundada y la casa de Baucis y Filemón convertida en un templo que ellos mismos cuidaron hasta el día de su muerte, uno al lado del otro.
 
 

Perseverancia

El coraje de Ágata
 

Esta historia ocurrió en Hungría, durante la ocupación de ese país por parte de las tropas soviéticas, al final de la segunda guerra mundial. El toque de queda regia en Budapest, la capital, a partir de las cinco de la tarde. Los soldados tenían orden de disparar sobre todo aquel que encontraran en la calle después de esa hora.

 

Una tarde llego a la plaza central un camión con 1.600 panes. El camión llego después de las cinco, de modo que había que esperar al dio siguiente para poder descargarlo. Los habitantes, que no habían comido nada en todo el día, miraban con dolor y con rabia el camión desde sus casas. Entre ellos estaba Ágata, una señora de casi ochenta años. No había pasado mucho tiempo desde la llegada del camión cuando Ágata salió de pronto de su casa y bajo de el dos grandes panes, que repartió entre las personas de su familia. Los soldados encargados de su custodia se quedaron asombrados y sin saber que hacer. A los pocos minutos, Ágata volvió a salir y cargo más panes, que dio a sus vecinos. A la tercera salida, un soldado disparo su arma al aire, en señal de advertencia, pero Ágata siguió con su trabajo. Las balas le pasaban cada vez mas cerca a medida que iba y venia del camión a las casas de su barrio, repartiendo los panes entre la gente. El oficial que estaba al mando de los soldados le advirtió que si seguía desobedeciendo el toque de queda, ordenaría que le dispararan a matar. Ágata le respondió que lo lamentaba mucho, pero que tenia que seguir repartiendo los panes. El oficial se enfureció y volvió donde estaban sus hombres, pero ningunos, ni siquiera el mismo, se atrevió a dispararle a Ágata. La mujer continuo descargando panes del camión durante las horas siguientes, con una admirable decisión y perseverancia. A las nueve de la noche, cuando ya había repartido mas de la mitad del cargamento del camión, se desmayo en mitad de la plaza. Luego de unos segundos de gran tensión, un soldado corrió por la plaza hasta el sitio donde había caído Ágata, la alzo en sus brazos con ternura y la llevo hasta la puerta de su casa, donde se la entrego a sus familiares. Luego volvió corriendo a su tanque y se preparo para dispararle a todo aquel que se atreviera a desobedecer el toque de queda.
 

Trabajo

EL TRABAJO INVISIBLE:

Esto le sucedió hace muchísimos años en Escandinavia a uno de esos hombres que piensa que sus esposas o compañeras no hacen nada en la casa. Una noche el hombre llego cansado del trabajo y se quejó porque no encontró la comida servida, el bebé lloraba y la vaca no estaba en el establo.

 

<>-<>- La espantó, cerró la cerca, persiguió otra vez al cerdo hasta que pudo al fin atraparlo y lo encerró en la marranera. Para entonces el reloj ya había dado la una tarde, y él ni siquiera había terminado de hacer la mantequilla. Se puso de nuevo en esta tarea, pero tuvo que interrumpirla cuando oyó mis mugidos de la vaca en el corral.

 

No había tiempo de llevarla a pastar al potrero. Decidió al techo de la casa – las casas de los escandinavos son bajas y su techo está cubierto de hierba – para que comiera y así poder ocuparse del bebé, que acababa de despertarse y lloraba sin parar. Había que para la sopa. En esas estaba cuando oyó a la vaca resbalar en el techo. Dejó lo que estaba haciendo, subió al techo, le echó una soga al cuello a la vaca, metió la soga por la chimenea y en cuanto estuvo de nuevo en la casa se ató el otro extremo de la soga a la cintura. Así evitaría que la vaca resbalara mientras él terminaba con la sopa. Pero la vaca resbaló y arrastró al pobre hombre hacia la chimenea, haciendo caer de cabeza  en la olla. Así  lo encontró  su mujer cuando legó del trabajo. – Gracias al cielo llegaste – exclamó el hombre, al verla entrar - . Este trabajo no es para cualquiera, no sé cómo nueva lo había visto. Perdóname, mi vida.

 

     Y desde entonces nueva se volvió a quejar, y ayudaba a su mujer cada vez que podía.

Libertad

EL LOBO Y EL PERRO:

Un lobo  caminaba por el monte, maltrecho y con hambre. La temporada de caza había estado bastante mala, y lo peor era que no parecía que fuera a mejorar. Había  una fuerte sequía  y muchos de los animales silvestres que le servían de  alimento habían emigrado en busca de mejor suerte. Tampoco había manera de acercarse a los rebaños de ovejas, ya que estaban muy bien custodiados por gordos y bien alimentados perros ovejeros. Las cosas no podían estar más difíciles. Presa del desconsuelo y la incertidumbre, el lobo avanzaba con dificultad, preguntándose qué podría hacer. En el camino se encontró de pronto con uno de aquellos perros que cuidaban los rebaños. La primera idea que cruzó por su mente fue atacarlo, pero se contuvo, pensando en lo débil que estaba  y en lo fuerte fue atacarlo, pero se contuvo, pensando en lo débil que estaba y en lo fuerte y saludable que se veía el otro. De manera que prefirió acercársele y conversar con el en son de paz.

 

– ¡Qué bien te ves! ¡Permíteme felicitarte! ¡Se nota que no te hace falta nada!

 

– le dijo el lobo al perro, con admiración y también algo de envidia.

 

– La verdad es que no me puedo quejar – contestó el obeso ovejero, sobándose la panza con satisfacción. – A mí no me va tan bien – confieso el lobo-.

 

La comida está muy escasa, y por más que me esfuerzo no logro atrapar gran cosa. – Deberías venirte a vivir con los humanos – le propuso el perro -. Con ellos, la vivienda está asegurada y no hace falta esforzarse mucho. Sólo hay que estar pendiente de las ovejas, ladrarles de vez en cuando a los forasteros y lamerle la mano al amo cuando nos llame a su lado. En cuanto a la comida, con las sobras que depositan en nuestros platos nos basta.

 

Al lado todo esto le pareció muy bien y acompañó al perro hasta su casa. Al llegar, vio cómo lo castigaban por haber estado ausente y enseguida lo amarraban con una cadena a la entrada de una casa diminuta. - ¿Y esto qué significa? – Preguntó el lobo desde el exterior de la verja. – ah, no es nada – respondió el perro, con naturalidad- Todo el día permanecemos amarrados, porque a los amos les gusta tenernos siempre cerca para que les cuidemos sus cosas. Es lo más normal del mundo..
 
Pues a mi no me parece- dijo el lobo, espantado-. Prefiero mi forma de vida. No tendré todas esas comodidades ni estaré tan bien alimentado, pero al menos soy libre.
 
 

Fortaleza

 

LA DAMA DE CARCAS:

Esta historia tuvo lugar en la ciudad fortificada de Carcassonne, en el sur de Francia, durante el sitio al que la sometieron los soldados del emperador Carlomagno, en la Edad Media. El sitio llevaba ya varios meses, y los habitantes de Carcassonne  la estaban pasando muy mal,. Los pocos defensores que tenía en ese momento la ciudad estaban completamente extenuados y escasos de municiones, y el hambre se sentía con más fuerza que nunca en todas las casas. Daba tristeza ver a los niños llorando por la falta de un pedazo de pan o un poco de agua, y a sus padres desesperados por conseguirlos, mientras se las arreglaban para esquivar como podían las flechas encendidas que lanzaban  los atacantes y que caían envueltas en llamas en las calles o iban a dar a los techos de sus casas, amenazando incendiarlas.  La situación era en extremo difícil, pero los carcasonienses no estaban dispuestos a entregarse.
 
En sus corazones alentaba todavía la esperanza de que el ejército de caballeros de Carcassone regresara a tiempo del servicio militar que estaba prestando en otra provincia y echara a los invasores, quienes habían aprovechado su ausencia para apoderarse de la ciudad.
 
     Los invasores, por su parte, también  tenían sus problemas. Varias de sus catapultas estaban averiadas y las demás armas con que contaban carecían del poder suficiente para atravesar las gruesas murallas que protegían a Carcassonne. Sus soldados también estaban hambrientos y fatigados, y la gran capacidad de resistencia demostrada por sus enemigos empezabaa desanimarlos.
 
     La situación se resolvió gracias a la astucia de una mujer carcasoniense, la dama de Carcas, quien tenía a su cuidado el ultimo cerdo guisado que quedaba en toda la ciudad.
 
Dando muestras de una fortaleza y un valor admirables, se dirigió a lo alto de las murallas y lanzó el animal hacia donde estaba el ejército invasor. Los atacantes, al ver esto, concluyeron que en Carcassonne había todavía mucha comida y no valía la pena continuar con el sitio.
 

     Fue así como, agotados y a punto de morir de hambre, los carcasonienses derrotaron a los poderosos soldados del emperador Carlomagno.

 
 

Amistad

AMIGOS DE VERDAD:
 

Tobías y José María fueron siempre muy buenos amigos. Desde que se conocieron en el colegio nunca dejaron de verse ni de haberse, a pesar de que estaban en cursos diferentes y jugaron muchas veces en equipos de fútbol rivales. Sus gustos en cuestiones de cine, libros e historietas tampoco eran los mismos, pero esto, en lugar de enfadarlos, era motivo de diversión  y de burlas cordiales. Al llegar  al bachillerato fueron a estudiar a colegios distintos, pero esto no dañó el efecto que se tenían  jugando al béisbol, su nueva afición, todos los fines de semana y bailando en las discotecas del barrio con Nora y Marina, sus lindas y simpáticas novias.
 
Una  noche José María se despertó sobresaltado, saltó de la cama precitadamente uy corrió hasta la casa de Tobías, que vivía muy cerca. Al llegar hizo un gran ruido y despertó a todos.
 
Casi al instante bajó Tobías en pijama, con su alcancía en una mano y el bate de béisbol en la otra.


 La verdad es que te ves muy gracioso con ese bate y ese alcancía. Pareces un loco de atar.

En cuanto se repusieron de sus respectivos sustos, los dos amigos se echaron a reír y se dieron un gran abrazo
.
 

Honestidad

El problema del sultán

Decepcionado por no encontrar un recaudador de impuestos de confianza, un sultán se quejó ante el más sabio de sus consejeros.


No puedo creer que no haya un solo hombre honrado en todo este reino! ¿Qué vamos a hacer?

-veamos, alteza… se me ocurre una cosa –dijo el consejero.
 
-¿qué puede ser? –Pregunto el sultán, ansioso- se trata de un problema muy serio-añadió.
 
-No os preocupéis. Simplemente anunciad que un nuevo recaudador es requerido en palacio. Yo me encargo del resto.
 
Al día siguiente del anuncio, un buen número de aspirantes a recaudadores de impuestos se agolpaba en el recibidor del palacio del sultán. Gordos o flacos, altos o bajos, todos lucían trajes elaborados y costosos y se paseaban con arrogancias por el salón.
 
Un hombre sencillo y vestido pobremente atrajo la atención de los presentes.
 
-este pobre hombre está loco –se burlaban-, el sultán nunca escogería a alguien como el para un cargo tan importante.
 
-¡atención, señores! –Dijo de pronto el consejero-. El sultán os recibirá en seguida. Yo os indicare el camino. –y los hizo entrar uno por uno a un corredor oscuro y estrecho por el que tenían que avanzar a tientas para llegar donde se encontraba el soberano. Una vez estuvieron todos reunidos ante el sultán, este le pregunto a su consejero.
 
-¿y ahora qué hago?
 
-pedidles que bailen.
 
Así lo hizo el sultán, tanto extrañado por un pedido semejante. Los hombres bailaron con grandes pesadez y lentitud, sin poder despegar los pies del suelo.
 
-¡que bailarines más torpes! ¡Parece que tuvieran los vestidos llenos de piedras! –exclamo el sultán.
 
El único que bailaba con agilidad era el hombre pobre.
 
-ahí tenéis a vuestro recaudador –dijo el consejero, señalándolo-.
 
Esparcí por el corredor monedas, billetes, joyas y objetos de valor y él fue el único que no se llenó los bolsillos con todo lo que encontró.
 
El sultán había dado por fin con un hombre honrado.
 

Responsabilidad

La liebre y la tortuga

Una liebre se encontró un día con una tortuga que subía lentamente por la falda de una montaña. Al verla, se aproximó  a toda velocidad hacia ella y paró en seco en frente suyo.
 
-¡Vaya manera de caminar! ¡Si ni siquiera parece que te movieras! –se burló la liebre, con aire de suficiencia.
 
-Yo de ti no me reiría – contestó la tortuga, con tranquilidad.
 
-Si quieres apostamos una carrera hasta ese estanque de patos- añadió, desafiante.
 
-Estas completamente loca – exclamó la liebre, estallando en frenéticas carcajadas-. Nunca podrías ganarme como juez de la carrera- -propuso la tortuga.
 
-Como quieras- contestó la liebre, sin parar de reír.
 
Mandaron entonces a buscar al zorro, que era un experto en esta clase de asuntos. El zorro dispuso todo para la carrera y emprendió su camino, La liebre arrancó como una exhalación y en pocos segundos se perdió  de vista. La tortuga, sin dejarse impresionar, avanzó con su paso natural.
 
Luego de avanzar un buen tramo y en cuanto divisó la meta en lo alto de la montaña la liebre dio la carrera por ganada y le restó toda importancia, Tan seguro estaba de ser la triunfadora que se dijo:
 
“Un poco de sueño no me caería mal” y se echó a dormir, no sin antes haraganear un rato por ahí.
 
La tortuga, entre tanto, mantuvo firme y constante su paso. Cuando la liebre despertó se dispuso a carrera hasta la meta, y a la tortuga había llegado y el zorro la declaraba ganadora, en medio de los aplausos de la multitud de animales que se había reunido para ver el final de la carrera.
 
-Te dormiste sobre los laureles –le dijo el zorro a la liebre, al verla consternada y todavía sin salir de su asombro.

Tolerancia

La  rana y la serpiente

 
Un bebé rana saltaba por el campo, feliz de haber dejado de ser renacuajo, cuando se  encontró con un ser muy raro que se arrastraba por el piso. Al principio se asustó mucho, pues jamás en su corta vida terrestre había visto un gusano tan largo y tan gordo. Además, el terrestre había viso un gusano tan largo y tan gordo. Además, el ruido que hacía al meter y sacar la lengua de su boca era como para ponerle la piel de gallina a cualquier rana.
 
Se trataba en verdad de un bicho raro, pero tenía, eso sí, los colores más hermosos que el bebé rana había visto jamás. Ese vistoso colorido alegró inmensamente al bebé rana y le hizo abandonar de un momento a otro sus temores. Fue así como se acercó y le  habló.
 
-¡Hola!- dijo el bebé rana, con el tono de voz más natural y  selvático  que encontró-. ¿Quién eres tú?
 
¿Qué haces arrastrándote por el piso?
 
-Soy un bebé serpiente – contestó el ser, con una voz llena de silbidos, como si el aire se le escapara sin control por entre los dientes.- Las serpientes caminamos así.
 
-¿Quieres que te enseñe?
 
-¡Sí, sí! – exclamó el bebé rana, impulsándose hacia arriba con sus dos larguísimas patas terrestres, en señal de alegría.
 
El bebé serpiente le dio entonces unas cuantas clases del secreto arte de arrastrarse por el piso, en el que ninguna rana se había aventurado hasta entonces. Luego de un par de horas de intentos fallidos, en los que el bebé rana tragó tierra por montones y terminó con la cabeza calva en el suelo y sus largas patas agitándose en el aire, pudo por fin avanzar algunos metros, aunque de forma bastante cómica.
 
-Ahora yo quiero enseñarte a saltar. ¿Te gustaría?- le preguntó el bebé rana a su nuevo amigo.
 
Y el bebé rana le enseño entonces al bebé serpiente el difícil arte de caminar saltando, en el que ninguna serpiente se había aventurado hasta entonces. Para el bebé serpiente fue tan difícil aprender a saltar como para el bebé rana aprender a arrastrarse por el piso. Fueron precisas más de dos horas para que  el bebé serpiente pudiera despegar del suelo por completo su larguísimo cuerpo. Al fin lo logró, pero se veía tan gracioso cuando se elevaba, y chapoteaba tan fuertemente entre el barro después de cada salto, que los dos amigos no podían menos que reírse a carcajadas. Así pasaron toda la mañana, divirtiéndose como enanos y burlándose amistosamente el uno del otro. Y hubieran  seguido  todo el día si sus respectivos estómagos no hubieran empezado a crujir, recordándoles que era hora de comer.
 
-¡Nos vemos mañana a la misma hora! –dijeron al despedirse.
 
-¡Hola mamá, mira lo que aprendí a hacer! –gritó el bebé rana al entrar a su casa. Y de inmediato se puso a arrastrarse por el piso, orgulloso de los que había aprendido.
 
-¿Quién te enseño a hacer eso? –gritó la mamá rana furiosa, tan furiosa que el bebé rana quedó paralizado del susto.
 
--Un bebé serpiente de colores que conocí esta mañana –contestó atemorizado el bebé rana.
 
--¿No sabes que la familia serpiente y la familia serpiente y la  familia rana somos enemigas? –Siguió tronando mamá rana--. Te prohíbo terminantemente que te vuelvas a ver con ese bebé serpiente.
 
--¿Por qué?
 
-Porque las serpientes no nos gustan, y punto. Son venenosas y malvadas.  Además, nos tiene odio.
 
--Pero si el bebé serpiente no me odia.  ÉL es mi amigo –replicó el bebé rana, con lágrimas en los ojos.
 
--No sabes lo que dices. Y deja ya de quejarte,  ¿está bien?
 
El bebé rana no probó ni una sola de las deliciosas moscas que su mamá le tenía para el almuerzo. Se le había quitado el hambre y no entendía por qué. (Lo que pasaba era que estaba triste y no lo sabía).
 
Cuando el bebé serpiente llegó a su casa, le ocurrió algo similar.
 
--¿Quién te enseño a saltar de esa manera tan ridícula?
 
--le preguntó su mamá. Parándose en la cola de la rabia.
 
-Un bebé rana graciosísima que conocí esta mañana.
 
--¡Las ramas y las serpientes no pueden andar juntas! ¡Qué
 
Vergüenza! ¡La próxima vez que te encuentres con ese bebé rana , mátalo y cómetelo!
 
--¿Por qué? –preguntó el bebé serpiente, aterrado.
 
--Porque las serpientes siempre han matado y se han comido a
 
Las ranas. Así ha sido y tiene que seguir siendo siempre.
 
Ni falta hace decir  cómo se sintió el bebé serpiente de sólo
 
Imaginarse matando a su amigo y luego comiéndoselo  como si nada.
 
Al día siguiente, a la hora la cita, el bebé rana y el bebé serpiente no se saludaron.  Se mantuvieron alejados el uno con el otros, mirándose con desconfianza y recelo, aunque con una profunda tristeza en el corazón. Y así ha seguido siendo desde entonces.
 
 

Paz

El tigre y el jabalí 

 
Un fuerte verano arreciaba en las planicies africanas y los animales andaban de un lado a otro en busca de agua para calmar la sed. Luego de varias horas de fatigosa marcha, un tigre y un jabalí llegaron por distintos caminos a la misma fuente de agua.
 
En cuanto se vieron, se lanzaron rugidos de guerra, y olvidándose por completo de la cortesía y los buenos modales, corrieron hacia la fuente con la intención de beberse cada uno primero que el otro todo el líquido que le cupiera. El jabalí llego antes que el tigre, pero, en cuanto se disponía a beber, este lo alcanzo y lo derribo de un zarpazo. Enfurecido, el cerdo salvaje se le enfrento al felino y los dos se trabaron en un feroz combate.
 
Luego de un buen rato de rasguñarse y morderse mutuamente, causándose toda clase de heridas, ambas fieras se sintieron cansadas y se separaron por un momento. Entonces descubrieron que una bandada de aves rapaces hambrientas en unos árboles cercanos aguardaba a que una de las dos cayera derrotada para lanzarse a devorarla. Como no estaban seguros de cuál de los dos iba a sobrevivir, ya que el combate estaba muy parejo, el tigre y el jabalí tomaron la inteligente decisión de dejar de pelear para ir a beber, juntos en la fruente, pues el fin y al cabo había sitio para los dos.
 
Más vale acabar con las querellas, pues, muy a menudo, el resultado es fatal para ambas partes.

Humildad

La perdiz vanidosa y la tortuga modesta

La perdiz y la tortuga vivían en el mismo rincón de una inmensa llanura de África pero casi nunca hablaban.  Poco se encontraban frente a frente porque el ave, vanidosa y arrogante, nunca se dignaba bajar de las ramas de los arboles o interrumpir su vuelo para entablar una conversación con la tortuga. Ni siquiera la saludaba desde arriba, sólo la miraba despectivamente.

Un día, la perdiz descendió al suelo a picotear unas semillas y justo en ese instante la tortuga pasaba caminando lentamente por ahí.

-Hermana tortuga –le dijo la perdiz-, ¿no te da vergüenza ir siempre tan despacio? ¿No te da envidia verme a mí, tan bien dotada. Mucho mejor que tú? ¿No te causa celos ver cómo vuelo y cómo corro, cosas que tú no puedes hacer de ningún modo?

-No- repuso lentamente la tortuga-.

Pienso que dichosa tú, que puedes acabar en una carrera un camino que me lleva todo un día a mí.

         Pero no te envidio.

Mi lentitud también tiene sus ventajas.

         -¡Bobadas! –Contestó despreciativamente la perdiz-.

Eso lo dices por decir. ¿Qué ventajas puede tener ser lento y pesado? Eres esclava de tu caparazón, estás condenada a andar siempre por lo bajo y ni siquiera puedes correr.

Yo en cambio soy libre, todo me favorece.

         Poco tiempo después, los cazadores de una lejana aldea prendieron fuego a la vegetación de la llanura para hacer salir a los animales y así poder cazarlos más fácilmente. Las llamas crecieron muy alto, se expandieron con rapidez y se acercaban al rincón en donde vivían la perdiz y la tortuga.

         La perdiz no hacía más que vanagloriarse de que podría salvarse de las llamas volando a gran altura y se reía de la tortuga.

         -Te vas a asar, el fuego correrá más rápido que tus cortas patas y te alcanzará –le gritaba la perdiz a la tortuga desde lo alto.

         Cuando las llamas llegaron, la tortuga, para protegerse, se escondió en un hoyo que había dejado la pata de un hipopótamo en el suelo, y se metió dentro de su caparazón, de manera que nada le ocurrió. En cambio la perdiz quiso lucirse y hacer gala de sus dotes, y se preparó para emprender el cuelo, pero el humo era tan denso que tan pronto abrió sus alas se asfixió y cayó en medio del fuego.

         Cuando todo pasó, la tortuga salió de su escondite sana y salva y preguntó por la perdiz, extrañada de no verla haciendo alarde de cómo había logrado salvarse del fuego gracias a su rapidez y habilidad.

Al enterarse de lo que le había sucedido, lamentó que esas dotes de las que se sentía tan orgullosa, no hubieran ayudado a la pobre perdiz a escapar del fuego.

Respeto

La mesita de la abuela

Una señora que había vivido toda la vida con su marido quedó viuda cuando estaba próxima a cumplir los ochenta años. Sus hijos, que desde hacía tiempo se habían independizado y tenían cada uno su propia familia, se reunieron para decidir qué hacer. Todos estaban de acuerdo en que no podían dejarla sola, pero ninguno quería llevarla a vivir a su casa. La idea de llevarla a un hogar de ancianos también fue descartada, pues todos alegaron no contar con el dinero suficiente para pagar las mensualidades. Ya estaban a punto de pelearse, cuando intervino la nieta preferida de la señora, una encantadora niñita de cuatro años, hija del menos de los hijos, y dijo que ella quería que la abuelita se fuera a vivir a su casa. Ninguno se atrevió a decir que no, pues la niña era la adoración de toda la familia, y además la abuela estaba presente cuando la pequeña hizo su ofrecimiento.

         De modo que los padres de la niña no tuvieron más remedio que llevarse a vivir a la abuela con ellos.  Desde la muerte de su esposo el ánimo de la señora empezado a deteriorarse rápidamente.

         No veía no oía bien, y las manos le temblaban continuamente.

Su hijo y su nuera no le tenían la más mínima paciencia, y a todo momento la regañaban y la hacían sentir torpe e inútil. Con frecuencia le gritaban, y a veces incluso la tomaban de los hombros y la sacudían, reprochándole sus achaques. La falta de consideración por la señora llegó a su punto máximo cuando decidieron instalarle una mesita en un rincón del comedor, para no tener que verla temblequeando y dejando caer gotas de sopa o granos de arroz sobre el mantel. Un día, al llegar del trabajo, el padre encontró a su hija tratando de construir algo con sus bloques de madera de juguete. Cuando le preguntó qué estaba haciendo, la niña le contestó inocentemente:

         -Estoy construyendo una mesita para que tú y mamá coman cuando estén viejos. Al oír a su hija hablar así, al hombre se le encogió el corazón y corrió a contarle a su esposa, con lágrimas en los ojos, lo que la niña acababa de decir.

Desde entonces la abuela volvió a tener su lugar en la mesa, y fue tratada por su hijo y su nuera con el respeto que se merecía.

 

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